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miércoles, 25 de enero de 2012
CAPITULO III, primeros investigadores de la lengua ibera (exposición histórica sobre las teorías iniciales entorno a la epigrafía ibérica)
AL LADO: Página 19 del libro TEXTOS IBEROS -que venimos analizando- y principio del capítulo III, donde Mario Gómez-Morán recoge el comienzo de los estudios sobre escrituras peninsulares prerromanas. Teniéndose como inicador de aquellos y ya en el siglo XVI, al que fuera arzobispo de Tarragona: Antonio Agustín. Este insigne prelado, hombre típicamente renacentista dejó dos importantes obras analizando por primera vez el tema: Un tratado de medallas (monedas iberas) y otro sobre "Inscripciones y otras antigüedades". Su continuador sería Ximénez de Urrea, quien realiza su labor hasta mediados del siglo XVII; noble igualmente aragonés y perteneciente a la casa del posterior condado de Aranda. Ilustrado renacentista quien idénticamente deja algunas obras sobre medallas e inscripciones iberas. Tras aquellos, ya en pleno siglo XVII creció el interés por la epigrafía ibera y varios autores aparecen escribiendo acerca del tema (que hasta aquellos años hubo de ser casi esotérico, por no decir extravagante). Destacando entre aquellos los libros de Andrés de Uztárroz y del mencionado Francisco Ximénez de Urrea, entre los que se debe mencionar el estudio de la moneda Iacetana (de Jaca).
AL LADO: Imágen del jurisconsulto y Arzobispo zaragozano Antonio Agustín Albanell (1517-1586), tal como la tiene liberada Wikipedia en red, a los que agradecemos nos permitan divulgar su imágen (copyright libre: Grabado sin autoría protegible). Fué aquel obispo de Lérida y Arzobispo de Tarragona, ejemplo del humanista renacentista. Muy influido por las corrientes italianizantes que entonces imperaban en el Aragón -recién unificado a Castilla-, era hijo de uno de los principales Consejeros de Fernando el Católico. Educado con esmero y formado como jurista en Bolonia, escribió dos tratados sobre epigrafía y numismática ibérica al fin de su vida cuando es nombrado arzobispo de Tarragona; trabajos que se han perpetrado como el inicio de los estudios sobre aquella materia. El carácter de hombre culto y refinado del arzobispo Agustín, se completaba con el hecho de ser un políglota que dominaba las lenguas clásicas (latín, griego y arameo) y al menos otras tantes de las comunes a su época (castellano-aragonés, italiano, francés e inglés). Debido a ello, fué jurisconsulto y mediador entre el rey de Francia y España, expositor en Trento, redactor del Corpus de De Derecho Canónico y legado en Roma; tanto como Nuncio en Inglaterra, para concertar el matrimonio entre Felipe II y la hija de Enrique VIII.
Persona de extremada cultura, este sacerdote zaragozano que se recuerda como el primer estudioso de los textos iberos, es un "extraño personaje" que quizás la Historia ha olvidado y del cual podría escribirse una novela. No solo por las "peripecias" y acontecimientos que debió vivir en el Londres enfrentado poco antes a Carlos V, al que acude para conseguir en 1655 la unión de su princesa (nieta de los Reyes Católicos), con Felipe II; cuando el rey hispano se casa con su "tia" María Tudor. Sinó también por el carácter misterioso y casi esotérico que por aquel entonces guardaba el estudio de la epigrafía y de un idioma prerromano y desconocido como el ibero. Famoso coleccionista y "anticuario" como por entonces se decía, es el claro tipo de hombre italo-aragonés renacentista.
AL LADO: Portada del Tratado sobre medallas y de la moneda Jaquetana de Vicente Juan de Lastanosa y Baraiz de Vega (1607-1680), obra que en un principio de llamó "Piedra de toque de la moneda Jaquesa" y que más tarde se amplió como "Tratado de la Moneda Jaquesa y de otras de oro y plata del Reino de Aragón" -editado en 1681-. Muy significativo es el nombre que da a su primer estudio Vicente Juan de Lastanosa, puesto que la denominación de "Piedra de Toque" creemos que se debe quizás a que en la inscipción de aquella moneda de la antigua ciudad de Jaca -llamada "iaka" entre los iberos- se lee con algo de imaginación su nombre. Ello porque el símbolo latino y griego arcaico de la "A" es casi igual en el ibero. A lo que se suma que tan solo hay que deducir que la primera letra es una "J" o una "i", de lo que el siguiente símbolo ha de ser "KA", formando "iaka". Ello obliga ya a pensar que existe un alfa-silábico y que aparte tiene las vocales (a,e,i,o,u); y en base a esta palabra "IAKA" pudo intuirse el desciframiento e ir descubriendo a través de la numismática el alfabeto ibérico. Bastando observar cual era la moneda más común que se hallaba en cada cuidad (o ceca) y encontrar o localizar el nombre prerromano de aquel lugar.
AL LADO: Veremos con este denario iberorromano lo que hemos intentado explicar anteriormente al hablar de la moneda "Jaquetana" (de "iaca" prerromana). Para que lo entendamos rápidamente, tomamos como ejemplo esta moneda de SAKAISA y su leyenda inscrita; con ella es fácil observar cómo se fue descubriendo el alfabeto ibérico a lo largo de los siglos -a través de la localización de las cecas y yacimientos-. Así el denario que vemos al lado fue hallado en un lugar junto a Calatayud (Bílbilis) que se llama hoy en día Belmonte. Tras ello, estudiando las geografías más antiguas -o los textos clásicos- encontramos por ejemplo, que en ellos se citan varias "mansiones" prerromanas cercanas a Bílbilis. Hallando el dato de que a una distancia muy similar a la que mencionan y a la que hay actualmente entre Calatayud y Belmonte; precisamente en esta direción (Norte y en la ruta a Cesaraugusta), existía un lugar ibero con el nombre de SEKAISA.
Tras ello, estudiando abecedarios muy antiguos podemos intuir y sabemos que en griego arcaico (jonio) esta "M" inicial es una sigma fuerte, signo que posteriormente escriben igual pero en orizontal = . Sabiendo que la leyenda empieza por "S", podremos ver que el siguiente caracter es casi una "E" (escrita en alfabeto grecolatino arcaico), lo que ya nos dirá que pone "SE". Finalmente observamos como claramente la palabra inscrita en el exergo de la moneda termina con "S" , "A" ( "sigma alfa" iguales a las arcaicas de abecedarios heleno-romanos). Por lo que la conclusión es que pone : "SE ?? SA". Tras ello, y sabiendo que el lugar cercano a Calatayud hoy llamado Belmonte, se conocía por SEKAISA deduciremos lo que pone en su centro como "KA" . Así que ello implica que esta escritura contiene un alfasilabario ya que hay dos símbolos intermedios, formando la sílaba "KA" y continuando con la letra "i".
Con todo ello, viendo que la "i" es seguramente la letra que hay antes de la "sigma", iremos a comprobar en otras monedas si aquel símbolo que parece una "N" con tildes puede ser la "i" que nos falta. Conclusión que podremos comprobar al ver que en los denarios de Jaca se puede corroborar todo ello. Puesto que empiezan por la "i", siguen por la "a" y acaban con esa sílaba que se parece a una "A" que ha de leerse "ka" (siendo además estas "i" "a" iberas, muy similares a las arcaicas grecorromanas, nos será fácil entender en la moneda de Jaca "i-a-ka"). De lo que ya sabríamos al menos cuales son los símbolos de "S" (sigma fuerte escrita como una "M" = ), de la "s" (sigma normal o débil = s). Tanto como los de las letras "a", "e", "i" y el de la sílaba "KA". Pudiendo afirmar que aquel lugar hoy llamado Belmonte y donde se halló este denario, era la antigua "SHEKAISA" tal como en la moneda pone -Para finalizar, decimos que este método de desciframiento de la escritura ibérica que hemos explicado en tres párafos; tardó más de tres siglos en confirmarse y perfeccionarse-.
AL LADO: Página 20 del libro TEXTOS IBEROS, en la que expone como el primero que expone la teoría del vasco-iberismo fue el escritor vascofrancés Arlaldo de Oihenart, en su obra que trata de sobre las Vasconias (la ibérica y la aquitana) y data de mediados del siglo XVII. Autor cuyos conocimientos políglotas le permitieron editar uno de los primeros dicconarios sobre la lengua vasca -comparada y orientada hacia el las prerromanas peninsulares-. Habla en esta página igualmente del famoso Fray Manuel Cenáculo, Arzobispo de Évora, quien inició la colección del actual museo arqueológico, hoy junto a la preciosa catedral de la capital del Argarve. Curioso aficionado a la arqueología, Fray Manoel Cenáculo, a fines del siglo XVIII realizó múltiples excavaciones, llegando a estudiar y pintar gran parte de la epigrafía aparecida hasta entonces en la zona del suroeste peninsular a la que pertenecía su diócesis. Dibujos e inscripciones que se toman como modelo ya desde principios del siglo XIX, por los estudiosos hispanos, franceses y alemanes que ya orientan de un modo "científico" la investigación sobre la escritura ibérica. Termina esa página mencionando como extrañamente en el siglo XVII también suge la teoría de que los textos iberos son runas o una herencia de los godos (error que tan solo se debió al parecido entre algunos símbolos ulfilanos o visigodos y el alfasilabario prerromano de la Península).
AL LADO: Página 21 del mismo libro en la que continúa con la extraña hipótesis sobre el origen rúnico de la escritura ibérica, incluyendo posteriormente otra idea más extravagante sobre el "asunto". Pese a ello, observemos como casi todos los estudios que se hicieron, intentando transcribir la lengua ibera (antiguos o modernos, certeros o trasnochados); se basaron en análisis comparativo de la numismática hallada en cada ceca y la identificación de los lugares con su topónimo prerromano -Método al que llaman comunmente hasta el siglo XIX: "tratados de medallas".
En su último epígrafe, esta página 21 ya habla del primer investigador que utilizó un método científico para el descifrmiento de los textos iberos, quien era el famoso marqués de Valdeflores. Este, más conocido como Jose Luis Velázquez; cuyos estudios y láminas hemos podido manejar cuantos nos hemos interesado por el ibero -habida cuenta de las múltiples ediciones que de ellas se hiceron durante fines del siglo XIX y principios del XX-. Pese a ello, Velázquez pertenecía a una época en que se deconocían los silabarios mediterraneos, por lo que buscaba un abecedario literal (es decir, un alfabeto en que cada signo fuera una letra). El hecho es que siguiendo este método solo pudo identificar con certeza en grafía ibera las letras: "A" ; "E" ; "L" ; "S" (todos ellos casi iguales a los del griego arcaico, en signos jonios -preferentemente-).
AL LADO: Recogemos un fragmento de cerámica griega (uno de los más antiguos hallados en nuestra Península), procedente de un yacimiento Tartessio de Huelva y perteneciente al Museo Arqueológico de esta ciudad (al que agradecemos nos permita divulgar la imagen). Veamos cómo en la inscripcion que data del 570 a.C. (aproximadamente) y fué hecha por el conocido pintor "Klitias" , pone claramente ATENEA; en alfabeto heleno con mayúsculas y no muy arcaico -(A). Pese a ello, sus caracteres son muy similares a los que tienen las incripciones iberas, aunque el valor de cada signo en el ibero es muy diferente. Los investigadores no repararon en ello hasta fines del siglo XIX y principios del XX; cuando el descubrimiento de los silábicos egeos hizo ya deducir que se trataba de una lengua escrita en alfasilabario (no en abecedario). De lo que es fácil comprender por qué hasta nuestros días no se han podido formular hipótesis ciertas para la transcripción y posible traducción de los textos prerromanos. Como decimos, Velazquez de Velasco pudo confundir cuaquier inscripción monetal ibera, con estas griegas (especielmente con las anteriores al siglo VI a.C.), ya que sus rasgos son muy similares.
AL LADO: Página 22 de TEXTOS IBEROS en la que nos habla del problema que los investigadores del siglo XVII tuvieron al otorgar caracteres latinos o griegos al alfabeto prerromano peninsular. Entre ellos, el que más fama parece que alcanzó con este método fué el Padre Flórez, quien concediendo valores similares a los del abecedario grecorromano a las incripciones iberas, llega a realizar varios tratados (que fueron bien acogidos entre los eruditos de fines del siglo XVIII). Finalmente cita al marqués de Algorfa, quien genera un sistema de lectura basado en el alfabeto fenicio, llegando a traducir los textos, encontrando en ellos personajes y nombres tan conocidos como Heracles o Nabucodonosor.
AL LADO: Estela votiva procede de Cartago, siglos III al II a.C. (propiedad del Museo de Cartago, al que agradecemos nos permita divulgar la imagen). Traemos aquí un ejemplo de epigrafía fenicia, para observar cómo el problema del valor y equivalencia de los símbolos del alfabeto ibérico fue ya en sí mismo una gran incógnita que la ciencia tardó centenares de siglos en resolver. Pese a ello y por ser un silábico que no distinge sonidos al escribir de manera igual un fonema de idéntico origen (solo diferenciando si es labial, dental o palatal. Es decir: "B" ="P" ="V" , luego PO = BO = VO); su traducción se hace increiblemente compleja. Por ello, y en nuestra opinión, la teoría del marqués de Algorfa pretendiendo que pudiera tener orígenes fenicios, no tiene nada de extraña, pareciéndome a mí (personalmente) inteligente. En la siguiente entrada comentaremos qué consecuencias pueden surgir al pretender incluir el alfabeto ibero entre los de "cierta raiz" fenicia. Algo que lo asimilaría a los más antiguos de Egeo -prescindiendo de los silabarios del III y II milenio a.C.-; relacionándolo con los de las costas de anatolia del siglo XI y VIII a.C., tanto como a otros muy cercanos y que permanecen aún cargados de incógnitas en el Occidente mediterraneo (como el etrusco).
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